José ‘Pepe’ Galante es uno de los grandes enólogos argentinos. Con él se produjo el despegue de Catena Zapata, y desde que se hizo cargo de Salentein la bodega no ha parado de aumentar su presencia en el mercado mundial de vinos. Pepe es uno de los invitados estelares del evento ‘La danza del Malbec’, cena maridaje de nueve tiempos que se realizó este viernes 7 en el Country Club Lima Hotel, la cual contó con el apoyo de la Embajada Argentina y fue organizada por la importadora Best Brands y Wines of Argentina (WOFA), la organización que promueve el vino argentino por el orbe.

Así se iniciaron en Lima las celebraciones por el Día Mundial del Malbec. En ‘La danza del Malbec’ se ofrecieron vinos top como Las Moras Finca Pedernal (90 puntos en WE), Dedicado de Finca Flichman (91 puntos TA), Salentin Primus Malbec (93 puntos WE), El Esteco Chañar Punco Malbec (93 puntos TA), entre otros.

Además de Galante, llegaron para este evento Germán Berra, enólogo de la bodega Finca Flichman, nombrado en 2016, por el Argentina Wine Awards, como ‘El Mejor Enólogo Joven de Argentina’. También estuvieron presentes Eduardo Casademont, de la bodega Las Moras, reconocido como el Mejor Productor de la Competencia Internacional de Vinos y Licores (IWSC), y Alejandro Pepa, de bodega El Esteco.

Aquí nuestra charla con Galante.

¿Cómo ve el encuentro de sus vinos con la comida peruana?
Como un matrimonio feliz. Pero, también he de confesar que me siento primero, un gran admirador de la cocina peruana y, segundo, un gran ignorante respecto a ella (risas). Hace algún tiempo leí que el gran desafío que hoy tenemos los enólogos es hacer que nuestros vinos mariden con tres grandes cocinas: la peruana, la mexicana y la china. En esa tarea estamos.

¿Los vinos son hechos para beberse solos o para acompañar a la comida?
Primero, para acompañar a las comidas. Es más, en Argentina es considerado un alimento. Cuando yo elaboro un vino siempre tengo en mente que se beberá acompañando un plato. Los países considerados como los más importantes productores de vino tienen una gran gastronomía; en ellos, vinos y cocina van de la mano. También celebro que los cánones se estén cayendo; por ejemplo, eso de que los blancos siempre deben ir con pescado, los tintos con carnes rojas, etcétera. Hoy los consumidores son más creativos, más arriesgados. Y si hablamos del Malbec, nuestra cepa emblemática, destaco su maleabilidad, pues va bien hasta con los postres.

¿Prefiere elaborar tintos o blancos?
Soy un fanático de los Chardonnay. En Argentina fui, a inicios de los 90, en Catena Zapata, el primero en fermentarlos en barrica de roble. Hoy, el gran desafío que tenemos es afianzar los vinos de corte, los blend, porque allí uno transmite cómo siente, cómo vive los vinos. No podemos negar que los tintos son más complejos; los blancos tienen un universo, en cuanto a sensaciones, más reducido.

¿Le preocupa esa identificación inmediata que hay entre el Malbec y la Argentina?
Es una fortaleza, no una debilidad. El Malbec es una de las pocas variedades que se da mejor fuera de su zona de origen: nació en Francia, pero los vinos más selectos de esta cepa se producen en Argentina. Esto debemos aprovecharlo, no avergonzarnos. La palabra Malbec tiene más de 100 acepciones, una de ellas es “mala boca”, pero la realidad nos demuestra que, en Argentina, debería significar “buena boca” (risas).

¿Qué quiere expresar en sus vinos?
Hoy trabajo en la Bodega Salentein, y Salentein está en el Valle de Uco (Mendoza), donde se producen los mejores Malbec de Argentina. Nuestro desafío está en mostrar la identidad del Malbec del Valle de Uco. Los enólogos somos unos intermediarios entre la naturaleza y la uva; mientras menos intervengamos en su transformación saldrán mejores vinos. Los enólogos sí debemos tener una gran capacidad de observación para saber qué está pasando, qué nos está diciendo la uva para transformarla en un gran vino. Lo ideal es que nuestra participación sea mínima, porque lo que manda es la calidad de la uva. A pesar de ello, lo lindo es que, año a año, no hay dos vinos iguales.

Usted fue enólogo de Catena Zapata, y desde hace algunos años dirige Salentein, otra bodega importante…
Mi antiguo jefe, Mijndert Pon, un empresario holandés que murió en 2014, fue muy exitoso en todo lo que hacía. Al contratarme, me dijo: “Vos dedícate a hacer grandes vinos que para eso te hemos contratado. No te preocupés, que acá no tendrás limitaciones”. Era un hombre con objetivos muy claros y sabía a dónde quería llegar: estar siempre dentro de los primeros. Hoy somos parte del top 5 de las bodegas exportadoras de vino en Argentina.

¿Los vinos que hace en Salentein son mejores a los que hacía en Catena?
(Ríe). Para mí es muy difícil contestar una pregunta así. Lo que sí tengo es un estilo, pero si este es exitoso o no lo determina el consumidor, no yo. Dicen que mi nombre se ha convertido en una marca registrada, pero yo no me doy cuenta de estas cosas, eso lo dice la gente o los periodistas. En Salentein tenemos un gran equipo de trabajo, y eso sí es mi responsabilidad.

Uno ve su trabajo y, luego, el de los enólogos de la generación posterior, como Vigil y Michelini, y no nos queda sino decir que tienen el futuro asegurado…
(Ríe). Todo empezó con el padre Oreglia, un sacerdote salesiano que transformó la enología argentina. Tuve la suerte de que fuese mi maestro. Si algo hemos hecho las generaciones posteriores es adaptarnos a las condiciones que el terruño impone, y no al revés. Por eso, el enólogo argentino es una persona con grandes conocimientos y con las ideas muy claras. Paul Hobbs, el gran enólogo estadounidense, me dijo que lo que más valoraba de Argentina era la comunicación directa que tenía con nosotros y la amplitud mental de nuestros profesionales. Los enólogos argentinos, al haber tenido una educación centrada en lo que teníamos en nuestro entorno, siempre supimos que nuestros vinos tenían que ser diferentes a los del Viejo Mundo. Acá hay mucha fruta, mucho color, mucha expresividad en nariz.

¿Cuál es el futuro de los vinos argentinos?
La enología argentina es como un niño que ya aprendió a caminar, pero al que aún le falta crecer y mejorar su condición física para ser de verdad un ganador. Hoy nos preocupamos mucho por el terroir, con la idea de mostrarle al consumidor vinos diferentes. Esto implica buscar nuevas zonas, desarrollar nuevos vinos, profundizar en la investigación del Malbec y de otras cepas. Otro espacio donde debemos trabajar más es en los blend, en las cofermentaciones, en las microvinificaciones, etcétera. En realidad, el universo es infinito. Eso sí, no estoy de acuerdo con las Denominaciones de Origen (DO) porque hacerlas nos quitaría tiempo, y no estamos aún para meternos en una etapa de encasillamiento. Ya llegará el tiempo para ellas, pero aún no.