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Alberto Fuguet: “El Nobel a Vargas Llosa es un poquito mío”

El escritor chileno acaba de publicar ‘No ficción’, novela donde relata la difícil relación homoerótica entre un director de cine y su asistente.

Publicado: 2016-02-05
En Arequipa, en el Hay Festival, nos encontramos con el polémico escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet. El hombre llegó hasta allí para presentar su nueva novela ‘No ficción’, donde relata la difícil relación afectiva entre un cineasta que se le parece demasiado y su asistente. En esta entrevista hablamos de cine, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y la nueva narrativa peruana.

Eres escritor y cineasta. Cuando escribes, ¿piensas en palabras o en imágenes?
Antes era más cinematográfico. Me he ido inventando una biografía, traumas y momentos felices. Hoy me doy cuenta que un momento clave de mi vida fue haber hecho ‘Se arrienda’, mi primera película, y no porque esta sea muy buena sino porque me pude sacar el clavo y convertirme en cineasta. Después de ‘Se arrienda’ puedo decir que hago literatura cuando filmo, y también hago literatura cuando escribo: hoy soy 100% literario (ríe). También es verdad que siempre escribí pensando en llevar mis libros a la pantalla, en hacerle el trabajo fácil a un posible director. Todo esto por pura frustración, porque yo no podía filmar.
Y ahora que puedes filmar, ¿cómo te va?
No sé si quiero seguir filmando, pero, además, ¡para qué pedirle a la literatura lo que puedo hacer en el cine! Lo que hacía antes era medio neurótico.
¿Cuán neurótico eres?
Mucho menos de lo que estoy dispuesto a confesar. Más que neurótico, estaba descontento con lo que tenía.
La insatisfacción es parte esencial de un artista…
Sí, pero me gustaría ser menos artista y estar más satisfecho. En realidad, me gustaría vivir una vida más tranquila. Yo quiero ser cotidiano, pues escribo de lo cotidiano. Me resultan extraños aquellos escritores que dicen: “No sé tomar un bus. Patricia se encarga de todos los papeles, no sirvo para las cosas prácticas”. Me parece que algunos escritores buscan la fama para no estar preocupados por lo cotidiano, primero, por una cuestión esnob y, segundo, porque no les interesan los extraños. Yo no estoy en ese grupo: la vida de los kinesiólogos me parece más atractiva que la de los artistas (risas).
¿Cómo es la vida de un cineasta?
Metido en el oficio, me di cuenta que filmar era igual que escribir: uno podía hacerlo por amor al arte, no por el dinero. Claro, si llega el dinero, pues uno lo agradece. Yo iba a hacer una película en Iquitos, pero no la hice porque había que juntar dinero, presentarse a concursos, hacer lobby, y todo eso no me gusta. Todas mis películas las he hecho sin plata, porque nadie cobra, porque todos trabajamos gratis; en ese sentido, hacer cine es como hacer teatro o un taller de poesía (risas). Ahora, cuando una cinta no tiene un afán de lucro, uno puede ser mucho más loco, hacer películas de cuatro o cinco horas, sin que te huevee un productor o el jefe de una sala. Cuando escribo, nadie me pregunta por la extensión de mis textos; en el cine, en cambio, siempre te preguntan cuánto dura la película (ríe).
Te gusta difundir los libros y la vida de algunos escritores, por ejemplo, Andrés Caicedo…
Parte de mi labor como escritor es apoyar otras propuestas. He destinado parte de mi tiempo y de mi energía y de mis contactos, para ayudar a escritores que han tenido menos suerte que yo. Es una especie de ‘trabajo social’, pues necesito devolver algo de lo que he recibido. Y este trabajo social es militante: al apoyar a Caicedo también digo que Colombia es algo más que violencia y que García Márquez (risas). Y creo que también he apoyado a Vargas Llosa, sobre todo cuando más lo necesitaba, por eso, siento que su Nobel es un poquito mío…
¿Por qué piensas así?
Porque tiene muchos enemigos, porque muchos lo miraban mal. Recuerdo mis primeras veces en Lima: cuando hablaba bien de él, me retaban, me escupían, se molestaban conmigo. “Ese es un estúpido; ese es un fascista”, me decían. Los países son como una familia: evitan ver o abandonan o esconden al hijo díscolo, que muchas veces son los que, al largo plazo, permanecen, triunfan.
¿Eres el hijo díscolo de Chile?
Sí… pero antes me odiaban más. Me siento parte del canon literario chileno, pero también soy un outsider: como Huidobro, como Mistral. En el Perú, por ejemplo, Reynoso está dentro del canon, pero es un outsider. Lo mismo pasa con Vargas Llosa, quien fue un outsider hasta el Premio Nobel. Y, siguiendo con Caicedo, la idea era que saliese de Cali, su ciudad, porque estaba restringido a ese espacio, y si me interesé en él porque siento que tenemos muchas cosas en común. Hoy escribo una novela que tiene que ver con Carlos Fuentes, no porque me interese como escritor, sino por el triunfo falso, por esa búsqueda del triunfo a toda costa.
¿Fuentes no es un gran escritor?
Fue un gran político, un gran lobista. Seguramente escribió mejor que tú y yo, pero eso no lo hace un gran novelista. Me fascinó su deseo infinito de ganar el Nobel, y no le resultó. Vargas Llosa, quien es más freak y más rockero, sí lo ganó. Fuentes perteneció a un mundo que ya se fue; a esa idea que identificaba a un escritor con su país, y que te hacía pensar que si lo subías a un avión estabas llevando a una nación entera contigo: México es demasiado grande y fabuloso como para subirlo, a través de Fuentes, de una sola persona, en un avión (risas).
Tus primeros libros recibieron elogios pero también durísimas críticas…
Había algo sexual y divertido en eso. Al inicio, esas críticas me dolían, pero luego me di cuenta de que era más importante existir antes que no existir, provocar antes que no provocar. También es cierto que una mala crítica puede ser fatal, pues te puede inmovilizar, evitar que crezcas. Con ‘Mala onda’ me sentí famoso, un autor consagrado y sacramentado… y solo tenía 27 años: era una especie de niño rico a quien su mamá no dejaba salir a la calle. Cuando publiqué ‘McOndo’ tuve problemas, fue una cosa ‘teenager’ porque reconozco que fue escrito con mayor ruido del necesario, pero hoy ya no tengo ese tipo de desencuentros. Ahora nadie escribe como Isabel Allende, nadie quiere imitar a García Márquez…
La crítica hoy es más amable contigo…
Debo tener cuidado, algo tendré que hacer (risas). Yo dejé a un agente literario porque decía que mi novela ‘Missing’ era una canallada, que hasta el título era horrible. “Si quieres triunfar literariamente, no hables de libertad”, me dijo. “No jodas”, le respondí, y rompimos. A este agente, España le parecía el país más importante de Hispanoamérica; a mí me parece que no, que su importancia es similar a la de Costa Rica, solo que tiene unas cuantas editoriales más. Colombia y Perú me parecen países donde, en términos literarios, pasan más cosas: hay ruido, hay peleas, hay escritores.
¿Quieres a tus lectores?
Sí, por eso los reto, los desafío. Lo complaciente funciona muy bien, pero yo creo que mi público, si acaso existe, está dispuesto a correr riesgos. Por ejemplo, yo no imaginé que ‘Missing’ y ‘No ficción’ iban a funcionar. Es más, este último pensé publicarlo en una editorial pequeña: es un libro escrito en un tono menor, con solo dos personajes y una sola locación; casi como una obra de teatro, pero ha funcionado.
¿Eres un buen lector de tus libros?
No lo sé, siento que no tanto (ríe). Yo estaba seguro que ‘Sobredosis’ iba a arrasar con la crítica, que mi debut iba a ser a lo norteamericano, que iba a dar mucho que hablar, y que esto me iba a permitir entrar, con ‘Mala onda’, en un yate de lujo al puerto de los escritores consagrados. La verdad, ‘Sobredosis’ fue un terremoto: al inicio la pasé bien, pero luego me empezaron a sacar la mierda.
¿Cuánto habla ‘No ficción’ sobre ti?
Mucho, soy el que más se exhibe. El libro no es sexual, habla de las emociones. Vivimos en un continente donde lo gay es visto como escabroso, pero no siento que me exponga. La verdad, me gustaría pensar que me he mostrado en todos mis libros, que mi obra es una suma de exposiciones. Una chica, después de leer ‘No ficción’, me escribió lo siguiente: “Debes estar desangrado, destrozado. Te invito a mi lugar idílico, uno que tengo en el campo”. La mandé a la concha de su madre. ¡Qué le pasa! Quizás me quería tirar, pero allí iba a tener dificultades (risas). Sin duda, es más fácil escribir sobre aquello que te ha pasado que inventar realidades ajenas. Yo parezco tonto, pero no lo soy (ríe).
¿Cómo ves a la narrativa peruana actual?
Todavía no está a la altura de su cocina (risas). Se nota que está en un buen momento. Sin embargo, no están viviendo un ‘boom’; el verdadero boom viene por su cultura en general, porque hay historia, porque hay autores, porque hay lectores, porque hay ferias de libros, congresos, festivales como el Hay, periodistas de puta madre, librerías… todo ese conjunto hace al Perú más fuerte que solo sus escritores. Me gusta que varios de los nuevos autores peruanos vengan de abajo, de la prensa, del periodismo. Entonces, no sufren el “trauma”, la “vergüenza” de venir de la crónica, de la prensa diaria, de ser poco “académicos”. En países como Colombia el proceso es inverso, sus escritores “bajan” al periodismo.

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