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Alfredo Bryce: “Siempre miro a las mujeres para arriba”

El autor de ‘Un mundo para Julius’ es el invitado estelar de la segunda edición del Hay Festival, el evento literario más importante del país, que se desarrolla estos días en Arequipa.

Publicado: 2016-12-09
Hace diez años, Alfredo Bryce fue acusado por su amigo Herbert Morote de plagiar algunos de sus textos. Entonces, algunos medios, en especial Perú21, se dedicaron a investigar el tema y le encontraron más de 30 apropiaciones de textos ajenos. El encargado de dicha investigación fui yo. Esto me generó algunos enconos en el medio literario, con algunos amigos de Bryce (que no son pocos) y con él mismo. Las pruebas de los plagios son evidentes y no hay nada más que decir sobre el tema. Como le comenté por entonces a Alfredo, en la entrevista más dolorosa que he hecho en mis años de periodista, yo lo seguía admirando como escritor y queriendo como amigo. Y esto sentí ayer, ese cariño y admiración por un escritor que nos hizo mucho más sensibles a sus lectores. Diez años después, al encontrarlo en el bar del hotel donde se aloja en Arequipa, vodka tónic en mano, lo saludé con mucho cariño. Al verme me dijo: “Ya he ganado en la Fiscalía, y ahora me voy hasta la Suprema. Quiero limpiar mi nombre. Yo no plagié a nadie”. “No he venido a hablar de eso”, le respondí, “dejemos que eso lo arreglen los jueces, y conversemos”. Y conversamos. Dos amigos han limado asperezas, y yo lo sigo queriendo… a pesar de sus plagios. Aquí nuestra charla.

Llevas más de un año sin escribir, ¿cómo te has sentido en este tiempo?
Me he tomado un año sabático, espero que me vuelva la chispa. Como yo mismo digo, me he autojubilado. Me falta aún por escribir una novela más y el tercer volumen de mis Antimemorias. Pero, la verdad, no tengo ganas de escribir… y tampoco estoy leyendo nada.
Eres un escritor que no lee ni escribe, ¿acaso eso no es doloroso?
Vivo una etapa relajada, gozosa. Hoy que no escribo tengo más tiempo para viajar por el Perú, para visitar o recibir a mis amigos. Además, oigo mucha música popular –rancheras y boleros incluidos-, veo muy buen cine –tengo una videoteca envidiable, que alimento poco a poco-, salgo a caminar, etcétera. Eso sí, espero el silencio literario acabe pronto, pero también sé que no puedo escribir sin ganas porque, si lo hiciera, esos textos serían muy malos. A los 25, yo lo dejé todo –Lima, mi familia, mis afectos- por convertirme en escritor, y me fui a París. Estos días me llama la atención que todos los jóvenes escritores opten por Madrid… quizás porque allí no tienen que hacer el esfuerzo de aprender el idioma. Es una colonia grande y muy simpática.
Bueno, hoy Madrid es más atractiva que en los 60, cuando te fuiste a París…
También es verdad: la Madrid franquista era horrorosa. Y es verdad que París ya no es lo que fue. Hoy ve a Francia como un lindo país rodeado de terroristas.
¿No dejaste de escribir porque estabas cuidando tu salud?
No, para nada. Insisto, salgo a caminar, me siento entero… estoy muy bien.
Los procesos depresivos que viviste…
Son parte del pasado. Yo exorcicé mis depresiones en algunos de mis libros; gracias a ellos me saqué al enemigo de encima.
Te has quedado ya definitivamente en Lima…
Estoy muy a gusto allí. Ya sé que lo mejor que tiene el Perú, lo que hace que lo sienta mío es una serie de paisajes y una serie de amigos.
¿Sigues siendo un Bryce generoso en amistades?
He ido decantando a mis amigos. Todavía tengo algunos que pertenecen a diversos círculos, y muchas veces ni se conocen entre ellos, al punto que soy solicitado por compañeros de tres colegios: El Inmaculado Corazón, el Santa María y el San Pablo. Eso sí, los mejores amigos son los de toda la vida.
¿Qué tan buenos amigos son los escritores?
He tenido la suerte de tener magníficos amigos escritores. Uno de ellos, Julio Ramón Ribeyro, quien era un ángel. Hoy, en Lima, soy muy amigo de Alonso Cueto, de ‘Balo’ Sánchez León, de Fernando Ampuero, de Raúl Tola.
Mencionaste a Tola. Ha surgido una camada de nuevos y buenos narradores peruanos como Cisneros, Robles, Gamboa, Yrigoyen…
No he podido leerlos a todos, pero esta generación de narradores jóvenes me entusiasma. De los que he leído, destaco el trabajo de Cisneros. Su trabajo que gustó tanto al punto que acabo de escribir un texto que saldrá en la edición española de su novela ‘La distancia que nos separa’. El Perú siempre ha tenido escritores estupendos: hoy son narradores.
Acaba de morir Rodolfo Hinostroza…
Sentí mucho su muerte. Fui muy amigo suyo en París. Lamentablemente, ya no era fácil reunirse con él, ya no se lo veía: lo llamaba, quedábamos en encontrarnos, pero al final esto no se daba. Lo sentía apartado, abandonado, amargado, amargadísimo. ¿Por qué? No lo sé. Su mujer es bellísima y más que de comer, le daba de mamar (risas).
¿Cómo es hoy tu relación con las mujeres?
La misma de siempre. Recuerdo que cuando tenía cuatro años, y estudiaba en el colegio Belén, en Chosica, me castigaron y me enviaron al salón de las chicas de quinto de secundaria. Ellas me empezaron a besar, a abrazar, de tal manera que el castigo se convirtió en la gloria (risas). Como esas chicas eran mayores y más grandes que yo, tenía que levantar la vista. Desde entonces, yo siempre miro a las mujeres para arriba (risas).
¿Estás enamorado?
Hoy, no. He tenido una vida formal con tres matrimonios encima. Aparecieron circunstancias que nos separaron. Bueno, la primera se separó de mí porque decía que ser escritor era un oficio burgués, y ella quería hacer la revolución en el Perú. Vivíamos juntos en París y nos separamos. Después de los eventos de Mayo del 68, ella regresó al Perú, y en lugar de irse al monte a hacer la guerrilla entró a trabajar en un banco (risas). Mi segunda mujer fue una española bellísima –siempre me han gustado las mujeres bellas- y la tercera, Anita.
¿Has sido un hombre fiel?
Bastante fiel.
Yo te imaginaba sentimentalmente frondoso…
De joven, sí. Cuando ingresé a la universidad francesa como profesor, después de Mayo del 68, se había impuesto la libertad de hacer lo que uno quería y no quería hacer. Es verdad que las clases quedaban mucho mejor si después te acostabas con la alumna (risas). La verdad, no me acuerdo con cuántas de mis alumnas me acosté. Eran otros tiempos. Recuerdo que una noche desperté con una chica a mi lado y no sabía ni su nombre: me levanté, abrí su bolso, leí su identificación y supe cómo se llamaba.
Te enamoraste de una aristócrata francesa y fuiste discriminado por su familia…
Esa fue una linda historia que pudo haber terminado en tragedia. Ella era una princesa, pero cuando la conocí no sabía su origen, su rancia aristocracia. Fue mi alumna en Nanterre y su familia casi me mata, me dio una paliza rotunda. Al final, ella se casó con el novio que le escogieron sus padres, pero hoy hemos dejado atrás ese dolor, al punto que hoy, divorciado ambos, somos grandes amigos y nos dedicamos a disfrutar esa amistad.
¿Qué piensas del Nobel de Literatura para Dylan?
Me ha encantado. Soy un hincha incondicional de su música. Además, es un gran poeta, con indudables méritos literarios. Y también le hubiera dado el Nobel a Leonard Cohen, quien también lo merecía… Una lástima que se haya muerto.

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