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Renato Cisneros: “Los universos familiares son tóxicos”

El escritor nos habla de ‘La distancia que nos separa’, novela donde se sumerge en el mundo familiar, pero, sobre todo, en el de su padre, el ‘Gaucho’ Cisneros.

Publicado: 2015-12-14
Se acaba de mudar a España para dedicarse solo a escribir. Cansado del mundo mediático en el que vivía y de cierta comodidad que lo aletargaba, hoy Renato Cisneros se siente en su elemento, no solo por el éxito editorial (su último libro tiene ya cinco ediciones en menos de seis meses) y los méritos literarios alcanzados por 'La distancia que nos separa' (Planeta) sino porque siente que ha encontrado un tono narrativo que hará que sus libros por venir sean mejores, más urgentes, menos predecibles. Esta conversación se dio en medio de las actividades del Hay Festival Arequipa, un evento literario que debe permanecer en el tiempo.

¿Escribir ‘La distancia que nos separa’ ha significado un acto de valentía?
Ser valiente no es un mérito literario, pero es verdad que el libro tiene un grado de frontalidad que fue difícil asumir, pero lo hice porque sabía que este era el libro que tenía que escribir. Antes había escrito los libros que me había provocado, pero la necesidad y el gusto son distintas. ‘La distancia…’ es un libro que tenía en los intestinos desde hace 20 años, pero no sabía cómo escribirlo, hasta que me tomé en serio la necesidad de una investigación y la necesidad de una escritura. Ha terminado siendo un libro frontal, donde la voz del narrador busca una neutralidad para que los hechos hablen por sí mismos. Pero, volviendo al tema de la valentía, lo más difícil fue convencer a mi familia de que era un libro que necesitaba escribir.
¿Te preocupa que sea leído literalmente antes que literariamente?
Al inicio de la novela he puesto una nota donde digo que el libro no debe leerse fuera de la literatura. Sin duda, es un libro autorreferencial, pero muchas de sus páginas son hijas de mi imaginación.
Yo creo que esas advertencias tienen un efecto inverso…
Es verdad. Yo siento que los lectores se sumergen en ‘La distancia…’ como si el libro fuese un testimonio de parte, una especia de memoria.
Tienes una relación de mucha empatía con tus lectores…
Es verdad. Escribí muchos de mis textos anteriores desde la intimidad. Al escribir ‘La distancia…’ me di cuenta de que he sido un tanto impúdico contando mis cosas, quizás porque buscaba inconscientemente un contrapeso al hermetismo de mi papá, quien no hablaba nunca, quien no contaba sus cosas; su intimidad era un territorio privado, celosamente custodiado. Mi vida, en cambio, ha sido absolutamente distinta, nunca he tenido pudor en contar mis cosas, incluso aquellas que podían dejarme en ridículo.
Eres un autor sentimental...
Es verdad. ‘La distancia…’ es en realidad tres libros: 1. Una novela sentimental, que corresponde a la primera parte, donde reconstruyo la infancia y la juventud de mi padre. 2. Una crónica política de los años 70, 80 y 90. 3. Una memoria del hijo ante la enfermedad y la muerte del padre. No quería ser más melodramático de lo que ya la historia lo era, por eso, lo que más me costó fue encontrar una voz, un tono, un ritmo, donde solo bastaran los hechos. Pero, es verdad, soy un escritor sentimental; me gustan aquellas novelas que desbordan a sus autores; las novelas cerebrales me gustan, pero menos. Prefiero los textos que se apoderan del autor y no al revés, donde los encabalgamientos responden a un momento telúrico y no racional.
Tu padre era un personaje literario total. ¿Tuviste que construirlo o domarlo?
Primero, solo me resultó creíble cuando decidí llamarlo por su nombre: ‘El Gaucho’ Cisneros. Cuando empecé a escribir el libro su nombre era ‘El Turco’ Sequeiros, pero en la página 25 el personaje se me caía, no me lo creía; entonces, decidí llamarlo ‘El Gaucho’ Cisneros, lo que resultó vital para domarlo. Ojo, en la vida cotidiana yo nunca lo llamé así, para mí era mi padre, nunca el ‘Gaucho’ o el ‘General’ o el ‘Señor ministro’ o ‘Freddy’. Es decir, aunque su nombre es el ‘real’, sí hubo una distancia entre mi padre biológico y el literario. Eso sí, cuando hoy me preguntan cómo es la relación con mi padre, no sé si cuando hablo de él lo hago de la persona con la que conviví durante 18 años o acaso del que creé en mi novela.
¿Te has reconciliado con el personaje real después de convertirlo en literatura?
Hoy lo comprendo mucho más. De hecho, trataba de no juzgarlo mientras escribía sobre él. Es más, no escribí antes la novela porque algo en mí aún juzgaba a mi padre; quizás antes hubiera puesto algo de crítica ideológica, algunas páginas hasta hubiesen resultado panfletarias, pues yo me construido en la otra orilla en término de ideas, de convicciones ciudadanas. Sin embargo, sí me reconcilié con él cuando encontré unas cartas donde mi abuelo se refiere a mi padre, por entonces un chiquillo de 13-14 años, de un modo muy parecido a cómo yo también me veía a esa edad. Me dije: “Caracho, en una etapa de su vida el ‘Gaucho’ Cisneros fue muy parecido a mí”. Es verdad, mi padre estaba cerrado con candado, pero hoy siento que tuvimos muchos temas por compartir.
Tu madre también es un personaje literario: su historia es la de un melodrama mexicano…
Claro. Cuando escribí sobre ella, me vi con páginas que no quería adjetivar porque ya los adjetivos ya estaban en los hechos que narraba. Escribiendo la novela entendí la lógica de la relación de mis padres, nunca la había nombrado, nunca había dicho en voz alta que habían sido amantes; y hoy creo que fue importante decirlo para poder escribirlo. Cecilia Saldívar, quien es el personaje que se inspira en mi madre, tiene cosas de ella, pero también cosas que a mí me hubiera gustado que tuviera; por ejemplo, Cecilia toma en la novela algunas decisiones que mi madre no tomó. Quizás, en ‘La distancia…’ haya una reivindicación de mi madre.
Al fin y al cabo, uno es hechura de sus padres…
Y en mi caso, de esa relación que nace entre sombras, a espalda de la legalidad. En la novela, el narrador habla desde esa ilegalidad, desde ese sentirse un “hijo natural”.
Desde el conservadurismo, alguien podría decir: “Solo un bastardo sería capaz de escribir algo así sobre sus padres”…
Cuando decidí investigar la vida de mi familia para poder escribir el libro, y profundicé en la relación de mi padre con el suyo, y la de mi abuelo con mi bisabuelo, comprobé que en mi familia hay una relación de bastardía muy antigua, donde también hay adulterio, bigamia, y que era como un secreto guardado. Por ejemplo, mi bisabuelo fue un sacerdote que tuvo siete hijos con mi bisabuela; yo debería apellidarme Cartagena, pero mi abuela les tuvo que poner “Cisneros”, su apellido, a sus hijos. Quizás me correspondía tener una orquesta de salsa y no escribir (ríe).
Tu libro también puede leerse como una ‘microescenificación’ del Perú y sus problemas…
Así es, sobre todo en una época donde las FF.AA. marcaban aún la agenda política, y su visión paternalista se imponía. Por eso, cuando me preguntan por qué hay tanta literatura sobre el padre respondo que, quizás, sea una manera indirecta de examinar y cuestionar el poder. El padre es la analogía perfecta sobre cómo se ejerce el poder; cuando nos preguntamos sobre nuestros padres nos preguntamos cómo ha sido conducido el país. Y si nos fijamos en América Latina, nuestro continente está lleno de militares autoritarios, de dictaduras, de violencia.
¿Qué seas escritor significó un acto de rebeldía?
Fue al revés: que mi padre fuese militar fue un acto de rebeldía; pudo ser otras cosas, pero optó por la carrera militar para demostrarles a sus padres que tenía carácter y que podía ser algo que le resultaba difícil. De adolescente, yo no hablaba sobre las cosas que me pasaban, quizás las escribía, pero no las verbalizaba. Por eso, mi madre y mis hermanas me animaban a que hablase, pues veían con preocupación que no contase mis cosas; hoy me piden todo lo contrario (risas). Lo que quiero decir es que hay varias cosas que se han sumado para que la escritura se convierta en mi forma de vivir: mi forma de ser, mi temperamento, la ilegalidad.
Vienes de una familia de escritores...
Mi abuelo y mi bisabuelo eran autores que, de chico, admiraba y recitaba, pero en sus textos nunca hablaron de sus tópicos más profundos; que su literatura era muy musical pero acobardada, y que los temas íntimos, los verdaderos, salían a flote solo entrelíneas. Por eso, decidí usar un lenguaje más frontal, más declarativo, y así evitar esos amagues, esos recursos retóricos que mis antepasados usaron para hablar sobre su origen. Ojo, no los juzgo: era otra sociedad, otro tiempo, otras personalidades.
¿Cuán exhibicionista eres?
Cuando publiqué le libro sabía que muchos iban a imaginar que estaba ventilando los trapos sucios de la familia –lo que de alguna manera ocurre-, pero la respuesta de los lectores me ha confirmado que estuvo bien que contase estas cosas, pues nadie se queda con la chismografía familiar, sino que todos hacen rápidamente un trasvase hacia su propia intimidad. Los universos familiares son, en general, tóxicos, disfuncionales; están cargados de una retórica descafeinada donde se perdona el pecado pero no el escándalo. Por eso, siento que mi novela conversa con las realidades familiares de mucha gente. La intimidad, por muy empapelada que esté por nombres propios, siempre deja traslucir un corazón que resulta universal, y ‘La distancia…’ habla de eso, de la dificultad de los hijos para comprender a los padres.
¿Tu decisión de mudarte a Madrid tiene que ver con tu intención de ser un escritor universal?
A veces uno toma decisiones que, vistas en perspectiva, parecen obedecer a un proceso de ruptura, y esto es lo que me está pasando: publicar esta novela, mudarme a España, casarme; todas decisiones tajantes que rompen con mi vida anterior. Esto se nota más claramente en mi literatura: escribir de otra manera, escribir los libros que necesito escribir, no solo los que deseo escribir. España me permite hoy esto: dedicarme exclusivamente a escribir en un medio donde nadie me conoce, sin responsabilidades mediáticas –estaba harto de conversar con Becerril o Velásquez Quesquén-, donde puedo empezar desde cero.
Explícanos por qué vale la pena dejarlo todo por un libro incierto, por una novela (un cuadro, una partitura) que está por escribirse…
Porque tengo la convicción de que las vidas predecibles son vidas arruinadas; quizás cosméticamente sean muy atractivas, pero resultan estériles. Por eso, me espantó la sensación de que le había encontrado a la vida una rutina, una predictibilidad. Esta situación me pareció horrenda, sentí que en un año había envejecido muchísimo, y desde ese espacio no podía escribir porque no había incomodidad. En España tengo la incomodidad de no ser nadie, de convivir con muchos escritores, no necesariamente buenos, eso sí.
¿Y la poesía?
‘La distancia…’ es como una antesala, un espacio que dialoga con diferentes lenguajes, géneros, y me ha hecho darme cuenta de que no he desterrado a la poesía de mi voz, sino que está incorporada a mi prosa, a la forma musical en que escribo. Me preocupo porque, en algún sentido, mi prosa sea lírica, y aunque hay partes de la novela que son muy declarativas, hay otras que sí tienen poesía.
Hoy, en el Perú, vivimos una especie de ‘boom’ narrativo. ¿Este es un fenómeno editorial o literario?
Literario, porque por más buenas que sean las editoriales estas no hacen escribir bien a sus autores. Hoy vivimos una primavera editorial –las pequeñas editoriales se han consolidado, las grandes están trabajando con más rigor-, pero esto no hace mejores escritores. Tenemos una buena camada de escritores, y yo espero que en 2016 se publiquen tanto o mejores títulos que en 2015, y esto no signifique una flor de un día… o de un año (ríe). En todo caso, yo diría que hoy las voces literarias han encontrado a sus voceros adecuados… y hay que alentar este maridaje.
Quiero cerrar con esa anécdota tuya con Martha Hildebrandt, quien te devolvió un texto porque, según ella, era indigno de tus antepasados…
Su frase fue: “Esto es una mierda de lenguaje, tus antepasados estarían revolviéndose en su tumba”.
¿Y sientes que ya dejaste esa “mierda de lenguaje”?
(Risas). Siento que he encontrado un tono que me gusta mucho, que me hace sentir cómodo, que me hace sentir verdadero; un tono que no siento impostado, y que espero conservarlo y enriquecerlo. Por eso mismo, hoy sí siento una gran distancia con respecto a mis libros anteriores. Es verdad, les tengo cariño y no reniego de ellos, pero no los escribí con la convicción que tuve con ‘La distancia que nos separa’. Muchos de ellos los escribí buscando divertirme y no desgarrarme. Por eso, mi última novela ha significado tanto, para empezar, un aprendizaje total de un lenguaje y una materia narrativa. Hoy escribo la historia de mis bisabuelos: un cura que tiene siete hijos con una mujer del pueblo; espero que sea un libro menos doloroso pero mejor escrito.

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