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Santiago Roncagliolo: “Siempre hemos tenido buenos escritores, pero no tenían dónde publicar”

El narrador limeño nos habla de fútbol, la situación actual de Europa y de su nueva novela: ‘La noche de los alfileres’.

Publicado: 2016-01-26
La segunda quincena de febrero se pondrá a la venta ‘La noche de los alfileres’, la nueva novela de Santiago Roncagliolo, el autor premiado en 2006 con el Premio Alfaguara. En ella cuenta la historia de cuatro muchachos inmersos en la violencia que vivió el Perú de los 80 y, de paso, reflexiona sobre los miedos internos de las personas, y los temores colectivos, aquellos que padecen las sociedades. De yapa, en esta charla, también hablamos de la nueva narrativa peruana, de fútbol y de lo que hoy viven España y Europa.

Por su nacionalismo, Cataluña ha perdido, al menos en términos literarios, su espíritu cosmopolita: ya no es un buen lugar para escribir en español, para recibir, como en tiempos del ‘boom’, a escritores latinoamericanos con ganas de escribir sus mejores textos y, de paso, devorarse el mundo…
El nacionalismo siempre ha sido anticosmopolita, quiere cortar vínculos con todo el mundo. Los nacionalistas catalanes ni siquiera se han percatado de que el castellano no solo es el idioma de España sino de más de 500 millones de personas en todo el mundo, y que al lado de estos los españoles son un minoría. Por eso, hoy el “mundo hispano” se va a Madrid, Barcelona le ha regalado la posición privilegiada de “ingreso a Europa” de toda esta gente. Y no hablemos solo de escritores, que al final somos pocos: si un empresario, si un ingeniero, si un médico quiere formar a sus empleados o hijos en el español, una de las lenguas más importantes del mundo, los llevará a Madrid y no a Cataluña, perdiendo así esta zona un gran cantidad de ingresos y los vínculos internacionales que antes tenía.
Madrid es un imán...
Sí, y lo será más cuando se recupere de la crisis, y renueve su euforia y su energía. Y todo esto en un contexto donde América Latina es cada vez más importante… y de esto no se da cuenta el nacionalismo catalán.
En general, en Europa la sensación es de miedo…
Mucho miedo y mucha incertidumbre. Vivió muy bien, pero ya no será así; igual, ha vivido y vive mucho mejor de lo que vive el resto del planeta, pero hoy la realidad no va de acuerdo con sus expectativas. Estos días, tiene niveles de violencia que desconocía, el terrorismo ha llegado a su seno, la crisis económica se ha generalizado, y todo esto configura la decadencia del Imperio, una decadencia que ataca al que hasta hoy había sido el mejor lugar para vivir en la historia de este planeta; un espacio con libertad, con igualdad, con prosperidad. La sensación de crisis es generalizada y, por eso, muchos países europeos creen que estando solos, lejos, apartados, vivirán mejor. Este es el mensaje de la extrema derecha inglesa y francesa, pero en otros lugares lo ha hecho suyo la extrema izquierda, y en Cataluña lo ha tomado el nacionalismo. Sin duda, esto es una fantasía, una mala utopía, una situación más sentimental que de evidencias, pero es lo que ahora, lamentablemente, impera.
Y cuando impera lo sentimental, el diálogo y la razón se bloquean…
Hoy, entre Madrid y Cataluña no se discuten planes, programas, políticas, cosas prácticas; todo es una cuestión sentimental. Muchos catalanes están ofendidos, sienten que España no los ha tratado bien y, por eso, prefieren no formar parte de ella. España y Cataluña son como una pareja que está por divorciarse: todo lo que se diga empeorará las cosas, no las arreglará; sus “problemas” no se refieren a presupuestos, obras o políticas de desarrollo, sino a formas, maneras, sentimientos. Repito, son más problemas de pareja…
Necesitan un psicólogo…
Una terapia de pareja (risas).
Vivimos una especie de nuevo ‘boom’ en la narrativa peruana, ‘boom’ que de alguna manera se inicia con el Premio Alfaguara que recibiste por ‘Abril Rojo’…
Sería un honor que así fuese, pero la verdad es que se han escrito muy buenos libros en estos años, pero también es verdad que las grandes editoriales decidieron instalarse en el Perú y mirar a nuestros escritores.
Entonces, ¿lo que vivimos es más un fenómeno puramente editorial?
Siempre hemos tenido buenos escritores, pero no tenían dónde publicar. Yo me fui a Europa rechazado por todas las editoriales que en el Perú existían: eran tres, y una de ellas te cobraba (risas). Las cosas han cambiado al punto que festivales como el Hay se hacen en Arequipa y no en Lima: hoy hay más editoriales, más clase media, más lectores, más gente interesada en la literatura.
¿Has vasos comunicantes entre los nuevo narradores peruanos, algo que los enlace más allá del hecho de haber nacido en el Perú?
Uno escribe sobre el mundo que conoce, y si has nacido y crecido en el Perú eso te marca, pero todos tienen su manera particular de escribir. Por ejemplo, en Gabriela Wiener, Jeremías Gamboa, Juan Manuel Robles y Renato Cisneros uno ve estilos totalmente distintos, pero también identifica un universo común; hasta Daniel Alarcón escribe sobre el Perú, viviendo, como vive, en Estados Unidos.
Está de moda la autoficción, esto de escribir sobre uno mismo, el “contarlo todo”. Ahora, ¿cuán interesante puede la vida de un escritor como para contarla?
Uno debe hablar de lo que conoce… siempre y cuando esto sea interesante. Sin embargo, eso de contar lo que uno vive pero mejorándolo es algo que han hecho siempre los escritores, de acá y de fuera. Eso sí, no hay dos miradas iguales, por más que hayan vivido aparentemente lo mismo. Hay autores de inicios del siglo XX, como Joyce y Proust, que son pura forma, y en eso radica su genio; pero en el siglo XXI estamos volviendo a las prácticas del siglo XIX: a contar buenas historias y a tratar de que el lector vea la vida a través de los ojos de otro(s). Algo así me gusta más que la pura forma.
¿Cuál es tu gran tema?
Escribo sobre los miedos, algunos basados en la historia política, otros vienen de mi mundo íntimo; otros, de personajes enfrentados a lo que viven.
Has escrito mucho sobre la vida de los “otros”: Abimael Guzmán, un poeta controvertido, una dama rica…
Para escribir sobre los otros, uno debe transformarse en ellos. Esto me lo hice ver mi esposa: cuando investigaba a Sendero Luminoso la llevé a Ayacucho, y en cierto momento tuvimos una pelea atroz, entonces, me dijo “este no eres tú, estás radicalizado, estás furioso”. Y tenía razón. Sucede que para escribir esa historia debía estar radicalizado y furioso porque debía entender a gente radicalizada y furiosa. Para escribir sobre una señora millonaria, tenía que ser esa señora, y para meterme en la piel de un poeta camaleónico debía ser ese poeta. Pero, en todos ellos también hay algo mío. Sin duda, es un proceso esquizofrénico (ríe). Eso sí, una vez que acabas el libro abandonas el papel.
Y también has escrito, en ‘La pena máxima’, sobre el fútbol y su relación con el poder…
En una cancha de fútbol está la defensa de la identidad, allí se manifiesta la tribu. Y el Mundial del 78 me interesaba por la relación que se establece entre la tribu y la política. La política usaba al fútbol para distraer a la gente y actuar con impunidad. A los fascistas les encantan los mundiales: Mussolini hizo el suyo; Videla, igual. A ellos, les fascina la ceremonia, la pompa, los rituales, lo fastuoso, donde la gente se une por algo tan vago como unos cuantos colores pero ninguna idea. Y, claro, me interesaba la historia del Perú en el mundial, desde la victoria épica sobre Escocia hasta la derrota humillante frente a Argentina, y cómo el humor nacional iba cambiando de acuerdo a los resultados de la selección. A los peruanos nos gusta pensar que en ese mundial y en la Olimpiada de Berlín pudimos ser campeones… pero el mundo conspiró contra nosotros. Como todos construimos nuestra propia mitología, quizás los peruanos sí podamos afirmar que no les gustábamos a dos regímenes fascistas y que estos impidieron nuestro triunfo (ríe).
¿Cuánta podredumbre hay en el fútbol?
Yo preguntaría cuánto fútbol queda en medio de esa podredumbre. El fútbol mueve tanto dinero que se ha convertido en un imán de ladrones. Yo destruiría a la FIFA y la reemplazaría por otra institución más limpia; no creo que se haya descubierto ni el 10% de la corrupción que hay allí.
En pocos días se presenta tu nueva novela...
Se llama ‘La noche de los alfileres’. Allí regreso a mi adolescencia, a la época violenta de los 80. Después de ‘Abril rojo’ y ‘La cuarta espada’ me dije que no volvería a escribir sobre sucesos violentos, pero me di cuenta de que no había escrito sobre cómo mi generación vivió esa la violencia.
¿Y cómo la vivió?
En ‘La noche de los alfileres’ cuento la historia de cuatro chicos de clase media inmersos en un país que explota, y cuya única obsesión es perder la virginidad. Estos jóvenes, por las bombas y ataques que sufre la ciudad, viven encerrados, pero, a pesar de eso, no pueden escapar: en el libro exploro cómo la violencia va trepando los muros de sus casas y se mete en sus vidas. Estos chicos no vivían en un barrio peligroso, pero las circunstancias los llevaron a transformarse en gente violenta, en personas peligrosas. Y, de alguna manera, esto es lo que vive hoy Europa: era el barrio rico del mundo y, de pronto, se le viene una guerra, cuyos protagonistas no son siempre los extranjeros, los otros, sino chicos nacidos en sus ciudades. Por eso, no hay que ignorar a los otros y a la violencia, porque los guetos no existen, siempre la violencia se terminara metiendo por cualquier intersticio, por más pequeño que este sea.

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