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Simone Caporale: “Detrás de una barra hay mucho conocimiento, ciencia, cultura e historia”

Uno de los mejores cantineros del orbe visitó el Perú y nos dejó un mensaje: podemos tener el mejor bar del mundo, pero debemos cambiar de mentalidad.

Publicado: 2016-02-29
“Nací en el lago de Como, en un pueblo de menos de mil personas, en la zona de Lombardía, en el norte de Italia, cerca de Suiza. El lugar es famoso, vive mucha farándula, mucho millonario allí, pero yo quería salir, ver lo que había alrededor”. Así empieza nuestra charla con Simone Caporale, el bartender italiano que regentó durante varios años The Artesian, el bar inglés considerado durante cuatro años como el mejor del mundo. Caporale estuvo en el Perú recorriendo nuestra selva en busca de sus mejores y más exóticos ingredientes, y luego fue el juez estrella de la primera fecha del World Class, el concurso de coctelería organizado por Diageo que busca al mejor cantinero del Perú. Ah, Simone también se dio tiempo de mostrarnos su talento en el bar Amaz, de Pedro Miguel Schiaffino, donde preparó, secundado por Luis ‘Chino’ Flores y Álex Kratena, algunos cocteles con los insumos que más lo impresionaron de nuestra selva. Buen bebidos, iniciamos esta conversa.

¿Siempre quisiste ser barman?
Empecé en este oficio como muchos jóvenes, en las vacaciones de verano, cuando tenía 16 años y quería ganar algo de dinero. En mi pueblo había muy poco por hacer: jugar al fútbol o trabajar. Empecé recogiendo los vasos sucios de algunas discotecas, limpiando sus pistas de baile.
¿Allí decidiste convertirte en barman?

No. Yo estudié para mecánico de autos, y a los 19 años ya tenía trabajo, pero, entonces, me dije: “Debe haber algo más en el mundo, debe haber más detrás de lo que se vive en los bares y discotecas, más que borracheras y juerga y chicas. Este mundo debe ser más complejo, algo que implique cultura, personalidad, identidad”. Entonces, tomé mis cosas y me fui a España y, luego, a Inglaterra. En Londres vivo ya hace ocho años. La coctelería me dio muchas satisfacciones, al punto que el bar donde trabajé, The Artesian, fue elegido cuatro veces el mejor del mundo, pero los premios o reconocimientos no son algo que yo haya buscado, mi búsqueda, repito, iba por conocer nuevas culturas, por recorrer el mundo, por hacer que los clientes de mi barra siempre se sintiesen tratados como reyes.

Simone Caporale y Alex Kratena, de The Artesian (Londres).

Eres autodidacta...
Casi todo lo que sé lo he aprendido en la barra, practicando, trabajando. No hay una escuela de coctelería, lo que uno lleva son cursos. En un bar hay que compartir lo que uno sabe, porque si hay envidia o secretos nadie crece. A lo largo de mi vida he tenido muchos mentores: uno de ellos es Alex Kratena (República Checa), mi socio y compañero en The Artesian. En mi trabajo hay mucho esfuerzo y mucha pasión.
¿Y con esfuerzo llegaste a The Artesian, el mejor bar del mundo?
Sí. Nunca busqué ganar u premio, nunca me obsesioné con un reconocimiento. Lo que sí buscamos es hacer siempre algo diferente, algo especial. Todos sabemos que ir a una barra a tomarse un trago es un lujo, no es necesario pisar ese escenario. En el mundo hay gente que se muere de hambre, que no pude llevarse un vaso de agua a la boca; es decir, un bar es un espacio para unos privilegiados. Entonces, nos propusimos que la experiencia de nuestros clientes fuese superior. Un bartender de nuestros días es una persona que quiere mostrarle al mundo las posibilidades creativas que hay en una barra.
¿Cuáles son los problemas que enfrenta una barra, más allá del “lujo” que implica visitarla?

Básicamente, el consumo irresponsable de alcohol y la sostenibilidad de los ingredientes. Además, hay que valorizar más a la profesión de barman, pues mucha gente ejerce este oficio. Lamentablemente, en algunos países –sobre todo en Latinoamérica y Asia- todavía se considera que los oficios vinculados a la hotelería, bares y restaurantes, corresponden a la parte más baja de la pirámide, y a sus empleados se les paga poco y mal, no se los capacita, etcétera. 

KRatena y Caporale con Schiaffino y Flores, de Amaz.

Háblame de tus procesos de aprendizaje y creación, sobre cómo eliges tus destilados, tus ingredientes, sobre cómo los ensamblas…
Hay dos tipos de bartender: los que quieren aprender y los que ya lo saben todo; yo soy de los primeros. Este proceso de aprendizaje es muy lento y exige que uno sea muy curioso. Por ejemplo, yo podría hacer un coctel con pisco, así, en general, pero no me permito ser tan simple: necesito saber qué tipo de pisco es, dónde fue producido, por quién, con qué cepa, en qué año, etcétera. Muchas veces, esto nadie te lo cuenta, nadie te lo explica, entonces, es la curiosidad del barman quien llena estos vacíos. Por eso, aunque no lo parezca, detrás de una barra hay mucho conocimiento, mucha ciencia, mucha historia, mucha cultura, muchos productos de diverso origen. Tengo una frase: en la historia hay muchas respuestas sobre la coctelería de nuestros días. Me gusta haberme enterado, por ejemplo, que sin la llegada de los españoles a América –que, dicho sea de paso, no colonizaron sino destruyeron-, en esta zona no habría uva, por ende, el pisco no existiría.
¿Qué te obliga a saber todos estos detalles de tus insumos?
Al saber qué hay detrás de ellos me siento más competente en mi trabajo, más competitivo; además, soy una persona preocupada en usar solo productos sostenibles, por los que se paga un precio justo al productor. Y me comporto así por algo muy simple: si yo trato bien al cliente que llega a mi barra, ¿por qué no debo tratar bien al productor de mis insumos? La cadena de valor debe ser completa, lamentablemente, no siempre es así.
Tú promueves la sencillez en tu coctelería, pero aún están cercanos los días donde lo molecular ingresó a las barras y complicó el tema. Si a eso le sumamos un barroquismo sin control como el exceso de dulzor, todo se hace más difícil aún…

Quienes cayeron en la confusión fueron aquellas personas que no supieron manejar estas técnicas. Muchos vieron en esta moda una manera de hacer más dinero… y todo se les acabó en tres años. Nosotros nunca nos metimos mucho en lo molecular, pero ideas y movimientos así dan mucha inspiración… incluso para hacer cosas no moleculares (ríe). Repito, siempre hemos tenido los pies en la tierra y somos bastante curiosos: yo prefiero hacer preguntas antes que contestarlas. 

Algunas barras están volviendo a los clásicos…
Es verdad, pero el fenómeno no es nuevo, empezó en la segunda mitad de los 90. Esta situación no debería ser temporal sino permanente: es indispensable que todos los bartender conozcan los clásicos, porque son la base para lo nuevo.
En 2016, ¿por dónde está yendo la alta coctelería?

La situación no es la misma en todos lados. En Londres la tendencia es hacer cocteles con menos alcohol, porque se está promoviendo el consumo responsable y el mayor goce al beber. Si me emborracho pronto, no disfruto: en lugar de tomarme cinco cocteles que me van a enviar a la lona en poco tiempo, mejor tomarme ocho en más tiempo y, luego, salir fresco del bar y habiéndolo pasado bien. El paladar de la gente está cambiando y se está atreviendo a explorar lo nuevo. Además, se están imponiendo los productos naturales, unos a los que, por ricos, no hay que agregarles casi nada más. Por ejemplo, en mi viaje a la selva peruana descubrí el mucílago del cacao, al que le he puesto un par de cosas nada más, pues era tan rico, tan intenso que, para mí, ya es un cóctel en sí.

¿Qué opinas de la “regla de las dos onzas”? ¿Todo coctel debe llevar dos onzas de destilado?
Esa regla no está escrita en ninguna biblia, se aceptó para darle constancia al servicio y para medir las unidades de alcohol que entran en una botella y saber cuántos cocteles podíamos sacar. También ayudaba a los clientes a saber cuánto alcohol estaban tomando. Por ejemplo, según algunos estudios médicos, una mujer entre los 30 y 40 años debe tomar como máximo seis onzas a la semana de un alcohol de 40 grados si es que quiere mantener su salud. Pero, más allá de estas cuestiones “prácticas”, la regla de las dos onzas no tiene sentido, porque hoy se usa menos alcohol. Eso sí, para cambiarla hay que ser creativo y preguntarse el porqué de las cosas: hay muchas reglas que sirvieron en un momento específico, pero que no deberían perpetuarse en el tiempo.
¿Prefieres las flores, las frutas o las hierbas?
Flores, frutas y hierbas (ríe). Todo está conectado.
¿Qué te motivó a visitar nuestra selva?
Hace 20 años o más, vi un documental sobre el Amazonas que me impactó muchísimo, al punto que no pude sacármelo de la cabeza. Hace algunos años conocí, en México, a Pedro Miguel Schiaffino y me enteré que era un pionero en el uso de los ingredientes de la Amazonía. Poco después conocí a Luis ‘Chino’ Flores, su jefe de bar, y le comenté que me había enterado que todos los meses hacían viajes de investigación y búsqueda de productos en la selva. El ‘Chino’ me dijo que sí, entonces, le pedí participar en uno de ellos, que no me importaba ser el último de la cola, que integrar el grupo de investigación sería para mí un honor… y mi sueño se hizo realidad: estuvimos unos días con los bora, comiendo, cocinando, cosechando, trabajando a su lado. He visto productos desconocidos o poco apreciados que son verdaderamente deliciosos. 
¿Qué te impresionó de la selva?

Sus técnicas ancestrales. Por ejemplo, su gente es capaz de transformar una yuca venenosa en un ingrediente delicioso, y ser capaces de decir: “El veneno te da vida” (ríe). En Londres, creemos que los cítricos vienen de Asia, pero en América abundan, quizás por los lazos ancestrales que existen entre ambos continentes. Estoy impresionado con el camu camu, con el maracuyá que he visto acá, con las ciruelas; con la textura del masato, con su almidón.

¿El Perú puede tener un bar de clase mundial?
Sí: hay productos, hay recursos; quizás haya que cambiar la mentalidad de trabajo. Uno puede abrir un bar solo para hacer dinero, pero también podemos hacerlo con un poco de paciencia, pensando en el dinero, sí, pero no a corto plazo, tener un espacio con mensaje, con un lenguaje propio, uno que genere conocimiento y conciencia. La barra moderna es una embajada de los ingredientes que utiliza, y su cantinero se vincula con el producto y su sostenibilidad y, así, te cuenta una historia.
¿Cuál es el aporte de eventos como World Class para el desarrollo de una coctelería local?

Es un evento muy importante porque a los seminarios llegan invitados importantes, quienes vienen a compartir sus conocimientos con los bartenders locales, y allí se produce un cruce de información. En Europa, un barman es un privilegiado, tiene un buen sueldo, y le llega toda la información del mundo. En América Latina, la situación es diferente, por eso, eventos como el World Class uniformizan el piso, les da nuevas oportunidades ce conocimiento y crecimiento. Por eso, me encanta venir a Latinoamérica y ser parte de estos sucesos. 



FOTOGRAFÍAS: Santiago Barco Luna.

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