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Óscar Catacora: “Todos somos hijos de la piratería”

Su ópera prima es una obra maestra. el cineasta Óscar Catacora ha sabido ser universal filmando 'Wiñaypacha', una historia llena de amor, belleza y soledad. Hablada íntegramente en aimara, su permanencia en nuestras salas es un milagro que debemos agradecer.

Publicado: 2018-05-14
Óscar Catacora (Puno) es el más talentoso representante de nuestro vigoroso cine regional, uno que, aunque incansable, no tiene mucho espacio en la cartelera limeña. Por eso, que hoy dos cintas “provincianas” –La casa rosada y Wiñaypacha– se proyecten en nuestros cines es una buena noticia para nuestro país, para nuestro medio cultural. En esta charla, Catacora nos da luces sobre su cinta y les rinde un homenaje a sus pares, aquellos que desde las regiones nos hablan del Perú y de su gente.

¿Es Wiñaypacha una película sobre la soledad, el amor y la belleza?
Es una película sentimental, llena de sentimientos personales, pero, sobre todo, de sentimientos colectivos, los de mi cultura, la aimara. También es una crítica a la sociedad, que no respeta las culturas originarias, donde se impone la aculturación. Poco a poco, las culturas globalizantes, occidentales, están dominando, invadiendo, sometiendo a los pueblos originarios y sus costumbres. Ahora, no todas las fuerzas son exógenas: dentro de estas mismas culturas hay quienes optan por salir y no regresar, como Antuku, el hijo de Paxhi y Willka.
¿Cuán utópico es abogar para que las culturas originarias se mantengan puras, se conserven, permanezcan en el tiempo?
En la vida uno debe enfrentarse a muchas situaciones límite, una de ellas, la muerte, pero yo creo en una muerte digna. Las culturas originarias son miradas con menosprecio, no se las respeta. Si no respetas, avasallas; si respetas, conservas. Esto pido para mi pueblo: respeto, dignidad, igualdad. Uno conserva lo que siente sino como suyo, al menos como un igual.
Hay reclamo y hay mucho orgullo en lo que dices…
Mi madre me hizo una persona con una autoestima elevada. Ella tiene mucho orgullo de su origen y de lo que es. Mi primera lengua fue el aimara, y aunque mis padres son mestizos, su cultura, nuestra cultura, es la aimara. Yo llegué a la ciudad, para continuar mis estudios primarios, a los ocho años. No sabía español y hablaba con mote. Mis compañeros se burlaban, pero mi madre me repetía: “tú no eres menos que nadie”.
Desde tu pueblo, desde lo que eres, has logrado una película universal…
Lo he logrado hablando de situaciones que nos afectan a todos, sin importar nuestro origen: la vida y la muerte, la soledad y el amor, la desintegración familiar y la vejez, la desintegración cultural, algo que no solo sucede en el Perú sino en el mundo. Yo quiero que se respete a la cultura aimara, algo que ya hicieron mis antepasados y que yo sigo haciendo.
¿Cuánto hay de realidad y cuánto de alegoría en tu película?
Mi película es realista. Si bien he tomado referencias de mis experiencias personales, en mi cinta hay denuncia. Trabajé con adultos mayores en una ONG, por ello, conozco los procesos dolorosos que sufren ante el abandono.
Tu película tiene 96 planos estáticos, y más allá de destrezas técnicas se reconoce en ella un estilo, una voz…
Wiñaypacha es producto de un largo proceso de educación. No se puede hacer una película así de la nada. Elegí los planos estáticos porque era la única manera de contar una historia así sin caer en el sentimentalismo. Quería detener el tiempo, que los escenarios no fuesen mera decoración sino elementos centrales de la obra.
Tiene planos estáticos pero su ritmo nunca decae…
Es una película que respira, como lo hacen sus protagonistas. Ahora, también es un híbrido: una mezcla del cine de Hollywood –por su emotividad, por su sentimiento– con el cine de autor, artístico, expresivo, sobre todo el de Akira Kurosawa y el de Yasujiro Ozu. Siempre me han gustado las películas japonesas, ambientadas en el campo, llenas de samuráis; pero también me he entusiasmado, por qué negarlo, con Stallone y Van Damme y con las películas de vaqueros de John Ford. Sueño con hacer una película supercomercial.
¿Por qué comenzaste con una película de autor?
Porque uno empieza con sus pasiones mayores.
¿Tu cine siempre hablará de Puno y de la cultura aimara?
Es lo mejor que podría hacer. Es difícil que uno pueda escapar de esto, además, lo tomo como un deber: debo obligarme a hablar de mi cultura, de lo que conozco. No quiero ser “la voz”, quiero ser una voz más dentro de una multiplicidad.
¿Acaso no te ves dirigiendo en otros países, en otras cinematografías?
Por qué no, pero siempre volvería, no me dejaría absorber.
Una película como Dunquerque no existe sin música. La tuya no tiene banda sonora pero no la necesita…
Wiñaypacha es hija de mi admiración por el teatro. Si le pones un sonido artificial, la obra pierde su magia. Wiñaypacha tiene música, pero es la de la naturaleza. Aquí sigo la impronta de Ozu: “para qué recurrir a los diálogos cuando reina el silencio”.
No estudiaste cine, eres autodidacta…
No me gusta usar el término porque al usarlo desconozco la enorme influencia que tuvieron en mí mis maestros en la escuela, en la universidad, en mi época de fotógrafo. Y también significa negar el aporte que he recibido como cinéfilo de gente tan disímil como Stallone y Ozu. También me pasaba horas viendo las figuritas de los álbumes que mi padre coleccionaba. Luego, me deslumbró la televisión. Más tarde, ya de adolescente, llegaron unos periodistas a entrevistar al director de mi colegio. Horas más tarde vi la entrevista en la televisión y me dije “guau, yo quiero dedicarme a ello”. Si no hubiera sido cineasta al menos sería camarógrafo (risas). Cuando salí del colegio me metí a trabajar a un estudio fotográfico y tanta pasión le metí al oficio que le dije al dueño “si quieres no me pagues, pero enséñame”. Soy muy visual: mis padres y abuelos me contaban historias y, en mi mente, las llenaba de imágenes. Entonces, siempre ha existido en mí la necesidad de narrar visualmente.
¿Eres hijo de la piratería?
En el Perú, todos somos hijos de la piratería, cómo negarlo. Gracias a ella también me formé como cineasta.
Tu biografía indica que fuiste militar…
Y también comerciante, como muchos puneños, y no me avergüenzo de ello. Es más, mis padres son comerciantes. Hay que ser holísticos, no creo en el artista encerrado en una torre de marfil, y estoy seguro que pronto volveré a vender abarrotes.
Tu familia tiene comerciantes, pero tu hermano es el productor de tu película y tu abuelo la protagoniza…
Trabajar con la familia es maravilloso si hay comunicación y responsabilidad, comprensión y respeto. Tito, mi hermano y productor, ha sabido sacar adelante este proyecto. Pero mi familia es más amplia, y Wiñaypacha es un homenaje a los pioneros del cine regional, directores como Gabriel García, José Huertas, Flaviano Quispe, Henry Vallejo, Palito Ortega, Dorian Fernández. Ellos soñaron y trabajaron porque nuestro cine no solo tuviera eco en el Perú sino también en el extranjero.
¿Cuál es tu visión del cine peruano de nuestros días?
La digitalización nos ha afectado mucho, y varias películas se hacen por hacer. Nos falta responsabilidad y disciplina. Pero también creo que el cine comercial y el cine de autor se necesitan y pueden convivir sin problemas. Es más, necesitamos de ambos cines para decir que el cine peruano existe, que tenemos una cinematografía. Yo no quiero que la gente vaya a ver Wiñaypacha solo porque es una película peruana sino porque es buena.
Algunos críticos señalan que has filmado una obra maestra…
Yo veo Wiñaypacha y quiero corregirla (ríe). La gente es muy complaciente con una ópera prima. Una verdadera maestra viene con la tercera o cuarta cinta, cuando el cineasta se ha curtido, ha acertado y se ha equivocado. Además, la obra, maestra o menor, no solo es mía, sino de un equipo.
¿Qué buscas como cineasta?
Nunca he buscado respeto, solo hago lo que me corresponde hacer.

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